jueves, 2 de agosto de 2012

La diligencia



Hoy es un gran día. Afuera el sol cae a plomo y la humedad no me deja respirar. Son las tres de la tarde; es la hora de... la peli del oeste!. He elegido " La diligencia” como la primera de esta interesante selección de entradas dedicadas a los " Grandes Clásicos" porque es un Western. 


Pero "La diligencia" en realidad no es un Western, y esto no es una contradicción. Posee los 3 elementos mínimos que hacen que una película sea considerada de este género: Una venganza, indios y un duelo final. 
 
La venganza no es más que una excusa para que la película avance. Los indios son una excusa para filmar una escena de acción, y el duelo final es inexistente porque se omite. La película intenta incidir en las convenciones sociales, los prejuicios infundados propios de una sociedad que tiende a desaparecer con el paso a la modernidad, pero que intenta a aferrarse a unos cánones de vida y comportamiento propios de épocas pasadas. Es significativo que en la primera escena se nos muestre un doble destierro provocado por las “atractivas” señoras guardianas de la Ley y el Orden. Para Hatfield, el dandi, el vividor, el buscavidas; supone un destierro voluntario en busca de la belleza; un esteta aristócrata perdido en el vulgar oeste que busca incesantemente la verdad, cargado de moral caballeresca, enquilosado en el pasado, un ángel caído en busca de otro ángel : Lucy Mallory.

La venganza no mueve a los personajes, los mueve el amor. Ringo, lejos de guiarse por los prejuicios sociales (él también es un paria exconvicto) se enamora de la adorable Dallas. El verla cuidando a la niña recién nacida y bien desenvuelta en la cocina le hace aflorar la llama del “amor”, a la vez que transforma la venganza en una obligación para poder vivir en paz en un futuro. En cambio Hatfield se fija más en la belleza ideal de Lucy Mallory; conocer su pasado aristocrático, la sangre y el comportamiento propio de ella le hacen descubrirse profundamente “enamorado”. 
Doc divide su amor entre el Whisky y el ser humano. El banquero profesa su amor por el dinero, y tambien hacia el tratante de Whisky. El conductor de la diligencia hacia sus caballos y su querida mujer. Al sherif le mueve el respeto por padre de Ringo, esa forma de amor incondicional que surge de la amistad duradera. A Lucy, por último, le mueve el amor por su marido enrolado en el ejército, aunque el saber que está gravemente herido hace que se acerce aún más a Hatfield. Solamente muere este último y después de intentar utilizar su última bala con Lucy para “librarla del mal”. Pero el oeste no es lugar para Caballeros europeos y sus vasos de plata, aquí sólo Dios decide sobre la muerte y la vida.

Dejando a un lado el análisis quisquilloso, la película posee un buen ritmo. Los diálogos, sobretodo los de Doc, son memorables. Wayne no hace el papel de su vida y aparece poco, pero está correcto. Para ser de 1939 y teniendo en cuenta las limitaciones del medio, sorprende la buena realización de la escena de persecución de los indios. Una película altamente recomendable, que ha envejecido bien, que se deja ver y disfrutar, además de permitir un análisis concienzudo. Así deben de ser los verdaderos clásicos.


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