miércoles, 8 de agosto de 2012

La tentación vive arriba




105 minutos de soliloquio y la película no desentona. La tentación vive arriba, la tentación es una ilusión, una fábula, una moraleja. Una película sin pretensiones filosóficas, que no aporta nada al género, sin grandes adelantos en la forma de presentar la historia, una mera adaptación de una obra teatral con un resultado teatral. Lo dicho no desmerece nada en absoluto la calidad de la misma, no podemos vivir en una continua vanguardia artística: destruyendo, construyendo, renovando. Olvidarse de la diversión en el cine es olvidarse de los orígenes del medio; la exhibición al público y su posterior aplauso es el motor que mueve al arte, los retazos de creatividad ocupan pocos capítulos en el libro sobre la historia del cine.

La película parte de una premisa simple, un tipo de Nueva York se queda solo en casa mientras su queridos mujer e hijo marchan de vacaciones. Pero lo que parecía que iba a ser un verano tranquilo alejado de su mujer, sin caer en excesos ni saltarse normas impuestas, se convierte en unos días de ajetreado lidiar con la conciencia, debatiéndose entre lo que que se debe hacer y lo que se quiere hacer. Porque al fin y al cabo este es el sustrato principal del film: ¿debemos proseguir con nuestras obligaciones aunque no estemos vigilados? ¿O por el contrario debemos dejarnos seducir por nuestras ensoñaciones, transgedir las normas y actuar “pecaminosamente”?. La moraleja es clara, podemos jugar al ensueño; no saber nunca el nombre de la guapa protagonista, refiriéndose a ella como " la chica", hace muy evidente que no es más que una ensoñación, una figura necesaria para desencadenar la trama, una tentación más que incita al resto de tentaciones, la bebida y el tábaco; podemos imaginar mundos posibles mejores (en este caso esos mundos han sido creados por el cine); pero la conciencia siempre nos arrastra hacia la corriente de lo correcto, de lo que debe ser y será. Y como en la vida real, imaginarse el pecado realizado por la otra persona suele inducir a un sonoro arrepentimiento anticipativo por parte de uno mismo. Porque, del mismo modo que “la chica de arriba” supone el sueño de todo hombre, ¿no es acaso un escritor reputado, galán y solícito, como Tom Mackenzie, el sueño de toda mujer?


 Pero la película no es sólo eso. Se trata de una comedia divertida, espolvoreada aquí y allá con comentarios ingeniosos y situaciones graciosas; pero que repasa escena a escena todos los clichés que nos ha impuesto el cine, ridiculizándolos y desmembrándolos para después apelmazarlos, dejando a la vista lo sumamente superficiales e irreales que son. Y después de verla una y otra vez no puedo evitar pensar en lo influenciables que seguimos siendo los seres humanos con el cine, sin llegar a aprender nada con el paso de los años. Algunas mujeres quieren vivir en Manhattan rodeadas de tiendas y aspirantes a príncipe azul, otras prefieren retirarse a una villa en la Toscana para convertirse en escritoras de éxito. Los hombres por nuestra parte soñamos con seducir a una rubia imponente y conducir coches deportivos mientras nos tomamos un martini con vodka mezclado, no agitado. Pero en fin, para eso está el cine, para hacernos soñar con vidas que la mayoría de nosotros no vamos a poder vivir.

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